Amtodi, la Tindaya del Sáhara.

AMTODI. LA TINDAYA DEL SAHARA

Marián Cortés Vázquez

La singularidad del yacimiento de Montaña Tindaya me impactó aquella mañana del año 1983 en que subí por primera vez hasta la cima. Había visto algunos grabados con forma de pie humano (podomorfos decimos los arqueólogos) en otros contextos culturales diferentes, en el último escalón del acceso de un templo griego, en unas losas romanas de Híspalis, pero nunca con aquella forma tan esquematizada, en aquel número y como único motivo.

La montaña destaca en el paisaje árido y llano que la rodea y aunque su altura apenas sobrepasa los 400 m, no tiene rival en las inmediaciones. Enseguida me llamó la atención el que la mayoría de los petroglifos estuvieran orientados en dirección al Teide que se divisa en la lejanía en días claros. A partir de ese momento empecé a buscar algo similar comenzando por el archipiélago.

En aquellos años comenzaba a tomar forma la teoría del poblamiento insular a través de los pueblos del norte de África de cultura líbico-bereber. Así que cuando un amigo me mostró unas fotos de un viaje que había hecho al Sahara Occidental, quedé asombrada al ver en una de ellas un grupo de personas en lo alto de una montaña cuyo suelo estaba lleno de petroglifos podomorfos. Recabé toda la información, escasa y fragmentaria, acerca del lugar y decidí ir hasta allí.

Mi amigo me había dicho que había que llegar a Goulimine (Marruecos) y desde allí partir hacia el sur. Había que pasar por Tarhjijt, donde se acababa la carretera asfaltada y, a partir de ahí, seguir pistas de arena. Me describió físicamente el lugar, me dijo que se llamaba Amtodi y eso fue todo. No voy a describir el viaje, sería materia de un relato de viaje y aventura, y solo voy a precisar que llegué.

El lugar destacaba de lejos. Dos altos farallones de basalto formaban un espacio que se iba estrechando hasta formar un cañón.

Esa formación daba cobijo a un oasis alimentado por el agua de una manantial que nacía 4 km más arriba. El agua encauzada regaba unas pequeñas huertas, cultivadas por las mujeres.

Entre ambos y a su sombra, se despliegan las viviendas, unifamiliares y de dos plantas. Construidas con lajas de piedra local unida a hueso, es decir, sin ningún material entre ellas, tienen dos plantas y una cubierta plana. La planta superior es diáfana, con el hogar en el centro, mientras que la baja se destina al ganado formado por cabras, mulos y asnos.

En el más estrecho de los promontorios quedaban los restos de un recinto amurallado que albergó una serie de construcciones que fueron abandonadas. La razón puede estar en la prosperidad que llegó al lugar hacia el siglo XIII cuando el tráfico caravanero aumentó en la región. El vecino promontorio, mucho más ancho, debió de parecer la mejor opción para trasladar almacenes y dependencias.

En éste se levantó un nuevo recinto protegido en la mayor parte de su extensión y de forma natural, por un saliente rocoso que lo hace inexpugnable. La defensa se completó con una muralla en las zonas desprotegidas. El sistema constructivo de todo el conjunto es el mismo que el del poblado actual, lajas de piedra local.

El camino de acceso remata en una puerta de madera que se cierra aún con la llave original, del mismo material, que guarda celosamente el padre del actual jefe del poblado y que, como el cargo, se transmite de padres a hijos.

La fortaleza se abandonó cuando el tráfico caravanero cesó, quedando todo tal cual estaba. En el interior de las construcciones había cuencos de cerámica de tipo globular y hechos a mano, así como zurrones de cuero para guardar la harina de cereal a la que ellos llaman “gofio” palabra idéntica en lengua bereber y aborigen canaria y que constituye el alimento básico de ambos pueblos.

La ciudadela se construyó en torno a la superficie más regular de todo el espacio, unas losas de basalto cubiertas de petroglifos. Esto nos indica el profundo respeto que les profesaron adaptando las construcciones a las irregularidades del terreno. Actualmente son el orgullo de las gentes del poblado, por ser únicos en toda la zona y haber sido realizados por sus antepasados. Esto es importante porque los habitantes de Amtodi tienen conciencia de ser los únicos y verdaderos descendientes de los autores, lo que nos habla de la perduración del hábitat a través del tiempo.

En ese lugar privilegiado, treinta y nueve individuos grabaron sus pies, diecisiete los dos y veintidós uno solo. Hay un total de cien grabados sobre ocho paneles, de los cuales 56 son podomorfos, 11 antropomorfos, 9 zoomorfos y 9 jinetes. El conjunto se completa con un círculo, un rectángulo y una mano.

La mayoría son pies calzados con sandalias, y esto lo sabemos por dos cosas, la primera porque no tienen dedos y la segunda porque la tira para atarlas a menudo está representada. Solamente en dos de los paneles aparecen pies con representación de dedos. Esto es una consecuencia lógica del terreno en el que se movían estas personas, no parece razonable andar descalzo por el desierto.

Junto a ellos y a veces superpuestos, aparecen otros motivos que reflejan la actividad de la zona. Un individuo, con un bastón en la mano y acompañado de un perro, defiende a una cabra del ataque de un guepardo. En otra unos jinetes con lanzas parecen realizar juegos de destreza, como los que siguen haciendo las poblaciones bereberes en sus encuentros periódicos. Nos sorprende un meharista que tira de las riendas del dromedario con sorprendente expresividad.

La técnica, como en el caso de Tindaya, es el picado por percusión, en un caso con puntos de percusión tan unidos que forman un huecograbado y otras con puntos aislados. Los surcos son mayoritariamente de sección en “U”, seguidos de los que tienen sección irregular y los que están hechos por puntillado con puntos de percusión aislados entre sí.

La longitud se clasificó en dos grupos, el grupo A entre 20 y 25,9 cm y el B entre 26 y 31,4 cm. Traducido a las medidas actuales podríamos decir que el grupo A sería el de talla 35 a 39 y el B de la 40 a la 44.

El grupo A representa el 41% del total, el segundo el 58,9% sobre un total de 54 podomorfos, al carecer de datos de longitud en dos de los casos. El pie más representado sería el que corresponde a las tallas 40 a 44.

Las representaciones de podomorfos están presentes en numerosas estaciones de Nubia (Egipto y Sudán), Libia, Argelia, Marruecos y Sahara Occidental. En Canarias, hasta el presente, han aparecido en la isla de Lanzarote junto a otros motivos, lo mismo que en Fuerteventura donde aparecen en varias estaciones, además de en la Montaña Tindaya donde lo hacen en gran número y como tema exclusivo.

Al igual que en Tindaya, los grabados aparecen en la máxima cota de altura de la zona, en lo más alto de la montaña que domina el poblado. La sacralización de lugares elevados es una idea universal que trasciende culturas y religiones. Sería el lugar donde, lo meramente físico puede ponerse en contacto con lo espiritual, mediante algún tipo de ritual. En Tindaya, la orientación mayoritaria al Teide, como ya dijimos, parece afirmar esta circunstancia. En Amtodi, sin embargo, no hay una orientación única ni mayoritaria.

El jefe local nos contó que las representaciones de pies, eran el vestigio de antiguos juicios celebrados en aquel lugar. Al acusado se le grababa el contorno de los pies y permanecía en ese lugar hasta que se emitía el veredicto. Sin embargo, en cada yacimiento del Sahara donde aparecen, son interpretados de manera diferente por la población del lugar.

En la actualidad nos es imposible interpretar correctamente la intencionalidad de los grabados, ni siquiera datarlos con precisión. Lo que sí podemos, es ver las similitudes de todos los que se despliegan a lo largo del Sahara desde el este (Egipto y Sudán) hasta el oeste y cómo, dando un salto a través de la estrecha franja de mar que los separa, llegan hasta Fuerteventura donde forman el asombroso yacimiento que es Montaña Tindaya.

 

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